La anterior entrada de este blog se titulaba así: "¿Por qué caminar incluso cuando llueve?" Terminé contestando a esta pregunta tajantemente: "Porque voy a alguna parte. Nada ni nadie me garantiza alcanzar mi meta, pero yo sigo caminando. A veces me paro, descanso, tomo aire y prosigo mi camino. Y aunque a veces llore, chille y patalee, cuando retomo la senda que yo considero adecuada me siento bien".
Hoy quiero revelar hacia dónde camino: hacia mi Arcadia personal, esa ciudad imaginaria, ese lugar de mi mente donde me siento bien. Quizá nunca llegue, pero caminando hacia ella me siento más cerca de eso que unos filósofos griegos como Epicuro llamaron ataraxia y otros, como Aristóteles, eudaimonía. No hablo ni siquiera de felicidad, me conformo con un objetivo más humilde, la serenidad, el bienestar personal...
En la Arcadia de la que os hablo rige lo que yo llamo filosofía de la tragedia y la conmoción. Podría intentar esbozarla de la siguiente manera:
1. En el Cosmos existe belleza, bien y verdad (lo que Tomás de Aquino llamó trascendentales del ser); pero también sus contrarios, debemos ser realistas. La tragedia cósmica nace del choque entre contrarios, surgiendo una guerra espiritual en la que, reconozcámoslo, el mal lleva ventaja pues actúa sin límites, restricciones ni escrúpulos morales.
2. La dureza del mundo nos hace aflorar muchas veces angustia vital y melancolía. Es comprensible, no debemos sentirnos mal por ello. Las ganas de rendirse, de tirar la toalla, siempre se ciernen sobre nosotros.
3. Sin embargo, podemos preguntarnos: ¿por qué el mal no termina de derrotar al bien, pese a todo? He pensado mucho al respecto, he probado el sabor amargo de la derrota emocional miles de veces y he renacido otras tantas como el ave fénix. Me he sentido abatido y desesperanzado hasta dudar de mi propia cordura y he llegado a la siguiente conclusión: si Schopenhauer habló de la voluntad de vivir y Nietzsche de la voluntad de poder, yo quiero cerrar este "círculo de la voluntad" con el concepto de la voluntad de amar, un instinto, un impulso innato, una pulsión del alma humana para apreciar no sólo a las personas, sino también todo aquello que es trascendental, ya sabéis: la tríada formada por el bien, la belleza y la verdad. Cabe la opción, que es la que promueve esta filosofía lúcida, de abrazar una razón fraternal virtuosa, justa y conmovedora. Experimentar auténticamente la conmoción de la parte buena, bella y verdadera del Cosmos dota de sentido a nuestra existencia y nos impulsa a cultivar y propagar la excelencia en todos los campos, extrayendo así todo lo positivo que hay en nuestro ser. Sin garantías de éxito ni promesas de victoria, sólo y exclusivamente por fidelidad hacia todo lo que merece la pena.
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